Tengo un cajón vacío que uso como mesa donde puedo avanzar en mis manuscritos, pero la humedad daña los papeles que he podido reunir y cuesta escribir en ellos. En la necesidad de secarlos, al lado del tubo de la estufa, he perdido varios a causa del calor. Incluso, por el afán de guardar los textos bien secos y que no se llenen de hongos, he quemado algunos muy valiosos. La falta de papel me obliga a buscar en mis libros aquellas páginas vacías o a medio imprimir; también, hojas sueltas o servilletas usadas, y me conseguí una carpeta de cartón para guardarlas, pero, como ya dije, se humedecen y se dañan. De los libros que alcancé a traerme, solo dos o tres se mantienen intactos, los otros sufren lo mismo que mis papeles. Uno de estos es Crimen y castigo de la editorial Olimpo (sin nombre de traductor, impreso en febrero de 2002). Varias manchas de humedad han dañado el pasaje en que el protagonista sueña la paliza que un grupo de campesinos propinó a un caballo de carga, en el capítulo cinco de la primera parte, páginas 57 a 68. Además, de este ya he quitado la portadilla, la última página de la biografía y he escrito algunas ideas en los anversos de la cubierta. En una de ellas escribí: «toda persona en su vida debe hacer lo siguiente: plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro y asesinar a alguien»; ahora recuerdo otra, aunque perdida, que dice algo como «el peuquito reposa hasta que el cese de la lluvia le permita maniobrar». También, copié un fragmento de un poema de Mistral, en la época en que había conocido a Leonora Speyer:

Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan; se hunde volando en el cielo y no baja hasta mi estera; en el alero hace el nido y mis manos no la peinan Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan.