Los tordos son como pequeños y delicados cuervos; su canto meloso habría inspirado una emoción por completo diferente en Poe. Escurridizos y ansiosos, suelen pelearle a los zorzales y gorriones las semillas o gusanos de la tierra, pero solo a ellos los he visto depredar cada tronco después de las lluvias. Durante el aguacero, suelen descansar. El tamaño del tordo lo vuelve presa fácil para el peuquito que vive en el pueblo. Es nuestra ave rapaz. Me sorprende que los socios fundadores no la hayan utilizado como modelo para una bandera o un escudo, esas cosas que a ellos les gustan. También reposa cuando llueve. Sabe que no puede maniobrar sino hasta que pare. No lo he visto cazar otras aves o ratones, pero asumo que una presa de ese tipo lo dejará satisfecho por varias semanas. Distintas son las otras rapaces que he visto, menos frecuentes por aquí, pero que suelen deambular cada cierto tiempo: un halcón peregrino y un águila mora. Esta última apareció un par de veces. La primera no la vi cazar, pero la señora de la pensión mencionó que había agarrado a un zorzal en pleno vuelo. No sé cómo ella, o quien haya sido, pudo ver esto. La última vez, varios fuimos testigos de su ataque. La encontramos arrastrando a un pequeño perro, el Chimbo, que ya estaba muerto cuando llegamos. Era la mascota de la señora Elsa, la que tiene una guagua de menos de un año, la única guagua del pueblo. Escuché decir a un lugareño que esta águila lo más probable es que agarró al perrito en uno de esos vuelos rasantes, lo subió hasta una altura considerable y lo dejó caer. Así, muerto por esta causa, era más sencillo comerlo o llevarlo a su nido. La señora Elsa, con su pequeño en brazos, corrió donde el Chimbo y quiso arrebatárselo al ave, pero se lo impedimos a tiempo. El águila, esto no lo olvidaré, extendió sus alas y estuvo varios segundos mirándola, inmóvil. Luego, no sin dificultad, pudo emprender el vuelo con el Chimbo, descuartizado y sangrando, entre sus garras.